Decía la Madre Teresa de Calcuta que “la paz comienza con una sonrisa”. Y es que cuando alguien nos sonríe de forma sincera, nuestras defensas caen rendidas. No sabemos cómo pero la distancia entre ambos parece diluirse, y sentimos que todo está bien. En paz. Sin embargo, suele ocurrir que en ocasiones olvidamos su importancia en el cuidado de cualquier relación, ya sea personal o profesional. Tal vez porque nos estamos acostumbrando a tener poco tiempo para casi todo, hasta para mirar y sonreír a otro ser humano. Quizás, porque ni siquiera lo hacemos cuando ese ser humano somos nosotros mismos…
Sí, estamos poco habituados a sonreírnos, a ser amables, compasivos, con ese rostro que vemos frente al espejo. Y que es mucho más que un rostro. En lugar de ello, nos vamos a las “trincheras” con el “arma cargada” y vivimos inmersos en conflictos dónde se libran feroces batallas. Contra uno mismo. Acabamos atrapados por la angustia, la culpa, la ansiedad y el miedo… a no ser suficiente, a no hacerlo bien, a fallarle a alguien, a no estar a la altura, a no saber algo, a fracasar. Pero, ¿Quién gana en esta guerra?
Es admirable que pretendamos mejorar nuestras conductas, habilidades, conocimientos, pensamientos, creencias; ello nos ayuda a tener objetivos, propósitos y ánimo para actuar y dejar, incluso, un legado. No obstante, si invertimos gran parte de la energía vital en una “lucha sin cuartel” manteniendo un diálogo internolleno de reproches que no hacen sino minar la autoconfianza generando inseguridad, acabaremos empequeñecidos y exhaustos. En ese estado, difícilmente lograremos alcanzar las metas propuestas y desarrollar nuestro potencial… Tenemos al “enemigo en casa”. Entonces, el distrés hará su aparición volcando sus efectos negativos sobre el organismo, complicando aún más la situación y desencadenando toda una serie de problemas de salud.
Aprender a escuchar con atención lo que nos decimos cuando nos enfrentamos a las diferentes situaciones de la vida tanto en el ámbito personal como laboral, nos ayudará a entender lo que sentimos. Y, por supuesto, a cambiarlo. La situación en sí no es la que genera malestar psicológico sino la interpretación que realizamos, esto es, si la consideramos un reto o una amenaza. La clave para interpretarla está en si creemos que contamos con los recursos suficientes o que, por el contrario, la situación nos supera. Sea objetivamente así o no. No hay que olvidar que en esa valoración que hacemos sobre la propia capacidad de afrontamiento juega un papel esencial la aceptación. Aceptar la situación tal como es y aceptar que nos queda mucho por aprender; comprender que aceptar no es un punto de llegada, sino el punto de partida.
En el momento que somos conscientes de que la vida es un campo de aprendizaje y crecimiento, dónde los recursos personales van apareciendo y desplegándose cuando nos damos permiso para experimentar, no desde el miedo, sino desde la curiosidad, cuidando las conversaciones internas y tomando el pulso a las emociones que generamos para ponerlas al servicio de nuestra inteligencia encauzando su energía, somos capaces de proporcionarnos espacios de serenidad y paz mental.
Aprender poco a poco a “sonreírnos” en lugar de “batirnos en duelo” ante los avatares de la vida nos proporcionará mayor bienestar y nos hará disfrutar del viaje. Tal como decía Mahatma Ghandi: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”.
Y tú, ¿piensas dejarte ya en paz?
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